No soy yo.

La maldad natural, obvia y cruel de aquel enano, comenzaba a intimidarme. Trataba de minimizar su hiriente y tremenda malicia, pero apenas lograba impedir el temblor que quería escaparse de mis piernas.
Junté valor casi suficiente y me atreví a orientar mis ojos en dirección a los suyos. Pequeño demonio, subterránea monstruosidad, -abandoná este desafío- le dije solo con pensamientos. Pero no me entendió. Y ahí estábamos los dos, casi a la misma altura pero con muy diferente animosidad. No se como desapareció. Lo cierto es que apenas un doble parpadeo me había dejado solo, terriblemente individual. Quizá haya sido la intriga (o no) pero pronto una maldad casi incondicional comenzó a nacer dentro mío. Decidí refugiarme, pero tuve que hacerlo tan rápido que apenas encontré una cabina telefónica y ahí entré. Extrañamente mis pensamientos me abstrajeron, creía que los celulares habían acabado con esta industria. Me alegré que no fuera así, porque era un gran refugio, al menos hasta que aquel hombre hizo estallar el vidrio. Reaccioné y con el maletín empujé la puerta destrozada y con el mismo objeto duro que blandeé entre mis manos, golpeé su rostro que comenzó a sangrar, trastabilló y cayó de espaldas. Loco de furia me abalancé con mis puños. De pronto las luces de los faros de un auto nos iluminaron. Sentí sus frenos y los pasos de alguien en dirección adonde estábamos.
Un hombre de baja estatura me tomó por el cuello y me sacó de encima. Se desató una vorágine de sangre y puños entre ambos. Me alejé como pude. Quise correr, pero me detuve. Giré para verlo y con horror descubrí que aquel enano era igual a mí. Caí al suelo. Lo dejé acercarse y no lo pude evitar, con mi ultima fuerza le clavé el maletín en las costillas. Murió al instante y yo… Yo morí con él.

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