Teníamos las manos agarradas buscando bailar con cierto estilo que nos regocije.
Se me escapo un estúpido "que miedo te tengo".
Me apretó cada mano, levantó mis brazos con intensidad y me empujó a la pared con la osadía y bravura de una guerrera.
Clavo la mirada en mis ojos que no se permitían ni un segunda abandonarla.
Hizo una pausa intimidante y me dijo "a que le tenes miedo ?".
Sometió mis temores y con audaz valor pude comenzar a invadir sin cobardías las pecas infinitas que enmarcan sus dos lunares en la espalda y ese solitario y protagonista que se impone sobre su pecho.
Mi tacto se liberó y abriendo paso de intención, me anime a degustar sus labios tan lúcida como apasionadamente, inspirar los aromas de su cuello. Y finamente leer con las yemas de mis dedos, la suave tela que cubría su cuerpo con exactos bieses, suavidad de china seda y motivos sobrados de elegancia. Fue ahí que con valientes recorridos no contuve mas a dulces roces. Intensos, ocultos y lascivos deseos irrumpieron bravos e impertinentes las inmensidades de su cuerpo. Ella fue dócil, gentil, decidida y clara. Quiso darle libertad y permiso a mis sentidos. Quiso decirme que no es fácil, me permitió sin hablar, que sea atrevido pero prudente . Y durante mágicos instantes se entregó a mi. Hasta que la medianoche, como a Cenicienta, antes de que su carruaje se convirtiese en calabaza se la llevo. Tal vez guiada por la cruz del sur y la promesa de una próxima vez.
jUAN JOSE MARIN ABADIE