Frío y Blanco

Caía nieve detrás de la montaña que por la ventana pintaba un mundo feliz.
Deseaba que se repitiera el perfume de la seda durante las mil noches y una noche que vendrían.
Casi viviendo el proceso de la metamorfosis, el alquimista en el que me convertí, inyectaba nuevamente la cordura en mi cuerpo.
Quería algo de aventura, salir de este disfrute absurdo y atravesar el vidrio frío en busca de la sensación áspera de aquella geografía.
Sentía un empuje tal, que para comprenderlo hubiera necesitados ojear el manual del ingeniero. Ese seria el segundo. Años atrás, había pasado de grado dentro de la logia, con la ayuda del manual del maestro masón.
Platero y yo estábamos listos para emprender un camino.
La luna teñía con sombras el horizonte mientras el corsario negro aguardaba sentir mi peso sobre el.
Abandonábamos la Republica, soñábamos con convertirla en las tierras de simbad el marino, extasiados en un galope sanguíneo, sintiendo el polvo y los vientos que erosionan las caras, recordé las enseñanzas de don Juan, los momentos de tenue luz, vasos húmedos y diabólico placer que nos permitíamos.
Se me aparecían las memorias de mis putas tristes.
Oía música de cañerías entre cada golpe de herradura.
Y al final me llene de goce al recordar el aprendizaje de zen el arte del tiro al blanco
Todo encajaba, mi pasado se fundía con el de platero, los dejábamos atrás, mientras sentíamos la nieve cayéndonos en la cara.

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