Filo

Mientras tu filoso acero solo me tuvo como a una piedra amante, yo solo pedí que te atrevas al menos en un murmullo, a decir que tu amor tenía otro rumbo, que tu filo se asentaba en otras piedras.
No quieras más de mí el camino oscuro de una condena que tu cobardía pretende que cumpla eternamente.
Voy a amputar de mi un rojo intenso ruego, uno último.
Ya no voy a mostrarte mi cuerpo doblado a la intemperie, húmedo, tiritante, frio, exigiendo algo de coraje en acciones tuyas. 
Y será la última vez que me apedrees con piedras sucias y viles, que me ates con sogas trenzadas en engaños, que me dispares con aromas de enredaderas naranjas y frutos de arboles plateados de nuestras primeras tierras fértiles.
Y cuando yo al fin pude escapar, en un desliz de tus intenciones, corrí con las marcas de tus sogas y las manchas de los colores fríos que tenían tus piedras y con el aroma de los frutos enredados y profundos  y en mis pies, se enterraron las espinas puntiagudas de un jardín que nunca fue cuidado.
Y tuve el coraje de abandonarte, de olvidar los crímenes de tus acciones.
Y al fin…
Reclamé mirando a través de mis ojos secos, genuflexo pero erguido que me sueltes, para que mis miedos se hicieran pánicos, para que fueran inevitables, para que se convirtieran en otro destino.
Y deseé oníricos roces nocturnos, donde lejana y azul océano, una daga pidió poseerme.
Y sentí que me obligó a merecer un romance épico. 
Y supe que aceptó mi abandono.  
Y vi que permitió mis lágrimas de sangre. 
Y temblé cuando valoró el filo puro que conciben mis manos de artesano.
Y me di cuenta que curó los tajos de los filos.
Y no me dejará nunca y jamás me abandonará. 
Y su nombre ya lo he oído.
Y lo escribí con tintas despojadas de negros.

Y a ella. Solo a ella…
De a poco iré entregándole mis miembros.
Sin dolor y sin sangre, porque sus filos lo que cortan son mis miedos.
Y ahora sé que a ella yo me entrego.

A la daga que ahora yo afilo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario